Ya van dos...
- Regis Penedo

- Apr 1, 2021
- 6 min read
...dos años consecutivos…y aunque esta vez un poco diferente al año anterior, será igual de distinto a lo que he vivido toda mi vida en Semana Santa. Y es que mi mamá estando embarazada apenas metió el hombro bajo las andas, dio unos pasos y dejó el turno, pero esos pasos comenzaron a dejar la impronta de Semana Santa en mi ser desde que estaba dentro de mi mamá.


De pequeña siempre viví en casa el corre corre de las procesiones, la tradición de ir con mi tío abuelo a comprar los respectivos turnos, la procesión que mi tío, El Canche, hizo para sus sobrinos y todo aquel que quisiera llegar, después de la procesión toda la familia nos disponemos a almorzar juntos cada Jueves Santo, el hecho de que mi mamá y mi tía apoyaban en los diferentes cortejos y cuando tuve edad comencé a cargar las procesiones infantiles. Siempre con mi mamá y mis primas…más adelante comenzamos a unirnos a los adultos para caminar en las procesiones grandes, poco a poco fuimos dando la altura para cargar en los cortejos propios de Semana Santa ya que los infantiles eran en días de Cuaresma y el Sábado Santo. Y de pronto un Viernes Santo por la madrugada nos estrenamos como “celadoras” (personas encargadas de llevar el orden en las filas y otras tareas del cortejo) y así seguimos durante muchos años, muchos. Con el paso del tiempo la mazorca de primos y amigos que coincidíamos en estas fechas fue desgranándose hasta quedar unos pocos cargando y caminando en las procesiones y unos menos seguimos apoyando dentro del cortejo de Viernes Santo…hasta que un día por diversas razones eso también cambió y nos convertimos en acompañantes de la procesión. Lo que sí permanece es tíos, primos y sobrinos coincidiendo cada Jueves Santo desde las 10 de la mañana aproximadamente.
Durante todo ese tiempo fuimos creando tradiciones y costumbres a las que se unían unos, otros se iban…algunos para siempre. Y así, la Semana Santa llegó a ser para mí un segundo año nuevo porque siempre decía al terminar cada día, cada turno…”hasta el próximo año”. Esta época, siempre ha estado llena de familia, amigos, música de procesión, compartir, platicar sobre nuestra infancia, escuchar historias y anécdotas que nos cuentan las generaciones que nos anteceden, los recuerdos de años pasados, las vivencias, caminar por las calles del centro, en fin, creando nuevas historias muy nuestras. Estoy consciente que en Cuaresma y Semana Santa siempre viví al máximo cada día y sus tradiciones, tanto colaborando como siendo acompañante…durante muchos años agradecí poder seguir viviendo esos días, los he vivido intensamente y ¡qué bueno que lo hice! Por que un día y debido a la pandemia que nos acompaña en Guatemala desde marzo 2020 (un poco antes un poco después en otras partes del mundo) anunciaron, entre otras restricciones, que los Cortejos Procesionales de Semana Santa estaban cancelados o suspendidos, como sea, pero para los corazones de cucuruchos y cargadoras significaba lo mismo: 2020 sin tradiciones...
Sentí una tristeza muy profunda, lloré, me desahogué y lo acepté, al fin y al cabo, yo no podía hacer nada para cambiarlo. Lo que sí hice y he seguido haciendo desde que comenzaron las situaciones inciertas que trajo la pandemia, es volcarme a mi interior, a buscar dentro de mí lo Dios le está diciendo y pidiendo a mi ser, a mi corazón. Me dispuse a vivir mucho más espiritualmente esos días, el año pasado un poco obligada por las circunstancias y otro poco aceptando lo que la vida me traía y este año de manera intencional. Recuerdo que en noviembre o diciembre tuve una plática con mi prima, Diana, con la que hemos vivido esto desde siempre y le comenté que, a como iban las cosas, seguro no habría procesiones en el 2021 tampoco y justo así es, dicho y hecho, suspendidas de nuevo. La diferencia es que tenemos más conocimiento de lo que podemos y no hacer para mantenernos sanos y procurar que otros estén sanos también. Hoy por hoy las iglesias han abierto para entrar según el aforo permitido pero la tradición como la conocemos sigue en suspenso…no es lo mismo y yo, no voy a mentir, extraño todo: el aroma a incienso mezclado con corozo, las andas asomándose en cada cuadra al compás de la marcha fúnebre según el programa, el sonido de la matraca, los saludos a todos aquellos que de pronto solamente vemos una vez al año, las campanitas de los helados, el grito de “pizza bien caliente” o “agua bien fría” (al final del día los adjetivos pueden cambiar dependiendo el clima), el cansancio, el dolor de pies, las alfombras…pero sobre todo, extraño a mi gente, mi familia, mis sobrinos, mis amigos...a todos, los más cercanos con la que hemos creado años y años de vivencias y recuerdos.
Hoy agradezco por tener esas vivencias y recuerdos para que me acompañen mientras volvemos a ver en las calles las procesiones y al mismo tiempo reflexiono en cómo Dios tiene distintas formas de hablarnos, de pedirnos algo que solo cada uno de nosotros puede saber siempre que entremos en contacto con El, pidiéndole nos lo diga. Hoy me atrevo a decir que sigo descubriendo lo que esta suspensión de algo tan arraigado en mi ser me está enseñando, mostrando y dando a conocer de mí misma, de Dios y sus planes perfectos. Sin duda alguna El está permitiendo que todo esto suceda y, repito, cada uno de nosotros tenemos la tarea de encontrar en nuestro corazón el para qué. Y no me refiero solo a la suspensión de tradiciones, sino al cambio de vida que la pandemia nos ha traído y que no sabemos cómo evolucionará. Mi forma de descubrir incluye muchos silencios para escucharme y escuchar lo que Dios me quiere hablar (nos habla de la forma en que sabe que lo entenderemos), meditando mucho, conversando-orando con El, escribiendo, leyendo y practicando la consciencia plena la mayor parte del tiempo.
Y aunque este texto habla mucho de una experiencia muy de mi Guatemala, estoy segura que a todos nos han pasado situaciones similares desde que comenzó la pandemia. Unas tradiciones pueden acoplarse a lo virtual pero no del todo y entonces nos queda reflexionar ¿qué tanto disfruté de compartir esos momentos con los demás? ¿qué tan intensamente lo viví como si fuera la última vez? ¿cómo recuerdo esos días? Menciono esas preguntas porque me las he hecho y puedo decir que me considero una persona apasionada y, por ende, trato de vivir cada momento al máximo cuando me apasiona, así que puedo decir que disfruté de todo y lo viví intensamente. ¿Cómo recuerdo esos días? Pues los recuerdo con la nostalgia propia de algo que es importante en mi vida por lo que significa y quiénes han sido parte de esos días, los recuerdo con sonrisa y con amor, extrañándolos inmensamente.

Con esto no quiero decir que me he resignado a que se acabaron las procesiones pero sí digo que esperaré con paciencia a que se repita…aunque algo me dice que no volverá a ser igual. Hoy por hoy y con el aprendizaje de que no debemos dar todo por sentado, me estoy dedicando a vivir la vida más enfocada en el espíritu, en aquello que no se vé pero se siente, en tener la mayor paz posible en mi corazón, haciendo y dando lo mejor de mí todos los días con lo que ellos traigan a mi vida, hay días mejores que otros, por supuesto, pero los hay y mientras estemos en este mundo los invito a vivir al máximo cada uno de ellos. Yo he dejado muchas veces de hablar con quienes más amo, me he propuesto hacerlo más seguido y apenas lo logro…es algo en lo que estoy poniendo mi empeño porque tenemos un hoy pero no sabemos hasta cuándo. Una vez me dijeron que cuando decimos a los nuestros “hasta mañana” antes de dormir, es totalmente un acto de fe, fe de que despertaremos a la mañana siguiente…algunas veces no pasa. Así que procuremos vivir el hoy sin dejar cosas para el mañana que nos puede cambiar en un instante.
Por el momento puedo decir un “hasta pronto” a mis tradiciones de Semana Santa.

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